A pesar de sus errores de principiante que son reflejados en caracteres catastróficos por los medios; de las nacionalizaciones inverosímiles (la última, el proyecto de estatizar los fondos de pensiones afectando a la clase media); y hasta de las voces alarmistas y exageradas sobre la influencia y billetera de Hugo Chávez, Evo Morales demostró ser un líder incombustible, un teflón al que nada se le pega.
Pocos presidentes en el mundo pueden fanfarronear con números como los que obtuvo en el referéndum del domingo pasado. Una votación del 63% luego de desgastantes dos años y medio de ejercicio en el poder (casi 10 puntos por encima de lo logrado el 2005); cifras arriba del 85% en el área rural; ciudades como El Alto con el 90% de los votos; y pueblos altiplánicos donde arañó el 100%.
Resultados de ese calibre no puede atribuirse únicamente a los errores de la oposición (que los hubo y muchos, entre ellos no hacer campaña); ni tampoco sólo a que Morales representa genuinamente lo que sienten y piensan los bolivianos (a esas pulsiones sociales que los definen: algo autoritarias y socialistas, algo premodernas), sino también a que es un liderazgo que excede por mucho lo político y que no puede ser explicado solamente bajo esos términos: genera complicidades mucho más complejas, solidaridades étnicas profundas en un país predominantemente indígena.
Pero dicho esto, no se puede subestimar el otro lado de la medalla de un referéndum que no sólo planteaba la revocatoria presidencial sino además la de autoridades regionales. Así, en cuatro de los nueve departamentos en los que se divide Bolivia se votó de manera rotunda contra Morales y también con porcentajes superiores a los de la elección pasada.
Por tanto no hubo esa reconfiguración de la correlación de fuerzas tan ansiada por los ideólogos recalcitrantes del oficialismo y la mayoría de los liderazgos regionales claves continúan en manos opositoras. Pero como las elecciones no se ganan ni se pierden sino que se explican, no faltará en uno y otro bando, quien quiera acomodar la realidad a sus deseos.
En cualquier caso, el resultado es una inyección de adrenalina para el gobierno, la confirmación de que la agenda nuevamente está en sus manos y de que su siguiente parada es la aprobación de una nueva Constitución, más nacionalizaciones y el empeño redentor en un socialismo indigenista sin que la oposición político-partidaria (en crisis terminal); o la oposición cívico-regional (algo más organizada), puedan detenerlo por el momento.
El “patria o muerte, venceremos” de Morales al terminar su discurso de triunfo en la plaza Murillo de La Paz es un dato del incremento de la polarización que vendrá en el futuro —y que opaca el tibio llamado al diálogo que hizo minutos antes—; lo mismo que la sediciosa demanda de un golpe de Estado del Alcalde de Santa Cruz.
Pero si Evo Morales revalidó su popularidad con esa contundencia y si los prefectos opositores en su mayoría se mantienen en sus cargos, la pregunta lógica es ¿para qué sirvió el referéndum? No hay muchas respuestas para ello: el deseo —antes que la certeza— de un desempate imposible; o la confirmación de aquella versión de la frase de Lampedusa atribuida a Víctor Paz Estenssoro, el líder político más importante del siglo XX: “En Bolivia pasa todo, pero, al final, no pasa nada”. Es que las sobredosis, aún las de política, son otra forma de evasión.
(Publicado en La Tercera el 13 de agosto de 2008)
El teflón
En otras circunstancias (o en otro lugar) que un Presidente no pueda recibir a sus invitados extranjeros por no controlar su territorio; que luego de dos muertos a balazos trepen a una treintena las víctimas caídas durante su mandato; que enfrente una rebelión regional sin precedentes condimentada por una masiva huelga de hambre; en fin, todo aquello que ocurrió en Bolivia esta semana, se hubiera traducido en una disminución dramática de su popularidad; quizá la declaración de estado de conmoción interna; y, qué duda cabe, habría generado frases célebres y sesudos análisis sobre su continuidad.
Nada de eso ocurre con Evo Morales. A pesar de sus errores de principiante que son reflejados en caracteres catastróficos por los medios; de las nacionalizaciones inverosímiles (la última, el proyecto de estatizar los fondos de pensiones y los ahorros individuales) y hasta de la sempiterna influencia y billetera de Hugo Chávez, Evo Morales sigue vivito y coleando, incombustible, un teflón al que nada se le pega y que será ratificado holgadamente en el referéndum del próximo domingo. Según la ley, necesita algo más del 46 por ciento para mantenerse en el cargo y las encuestas, aún las más pesimistas, sitúan su votación diez puntos por encima de ese porcentaje (las más optimistas veinte).
Un resultado de ese calibre (de confirmarse) no puede atribuirse únicamente a los errores de la oposición (que los hubo y muchos, entre ellos no hacer campaña) o a su racismo endémico en un país predominantemente indígena; ni tampoco sólo a que Morales representa genuinamente lo que sienten y piensan los bolivianos (a esas pulsiones sociales que los definen: algo autoritarias y socialistas, algo premodernas), sino también a que es un liderazgo que excede por mucho lo político y que no puede ser explicado solamente bajo esos términos: genera complicidades mucho más complejas.
En cualquier caso, el referéndum del domingo será una inyección de adrenalina para el gobierno, la confirmación de que la agenda nuevamente está en sus manos y de que su siguiente parada es la aprobación de una nueva Constitución, más nacionalizaciones y el empeño redentor en un socialismo indigenista sin que la oposición político-partidaria (en crisis terminal); o la oposición cívico-regional (algo más organizada pero que no se repondrá con facilidad si pierde a algunos de sus cuadros este domingo), puedan hacer nada.
Eso sí, difícilmente el próximo lunes habrá esa reconfiguración total de la correlación de fuerzas tan ansiada por los ideólogos más recalcitrantes del oficialismo, y la mayoría o por lo menos la mitad de los liderazgos regionales continuarán en manos opositoras.
Pero si Evo Morales revalida su popularidad con la contundencia con la que las encuestas lo prevén y si los prefectos en su mayoría se mantienen en sus cargos, la pregunta lógica es ¿para qué sirve este referéndum? No hay muchas respuestas para ello, quizá apenas el deseo —antes que la certeza— de un desempate imposible.
Nada de eso ocurre con Evo Morales. A pesar de sus errores de principiante que son reflejados en caracteres catastróficos por los medios; de las nacionalizaciones inverosímiles (la última, el proyecto de estatizar los fondos de pensiones y los ahorros individuales) y hasta de la sempiterna influencia y billetera de Hugo Chávez, Evo Morales sigue vivito y coleando, incombustible, un teflón al que nada se le pega y que será ratificado holgadamente en el referéndum del próximo domingo. Según la ley, necesita algo más del 46 por ciento para mantenerse en el cargo y las encuestas, aún las más pesimistas, sitúan su votación diez puntos por encima de ese porcentaje (las más optimistas veinte).
Un resultado de ese calibre (de confirmarse) no puede atribuirse únicamente a los errores de la oposición (que los hubo y muchos, entre ellos no hacer campaña) o a su racismo endémico en un país predominantemente indígena; ni tampoco sólo a que Morales representa genuinamente lo que sienten y piensan los bolivianos (a esas pulsiones sociales que los definen: algo autoritarias y socialistas, algo premodernas), sino también a que es un liderazgo que excede por mucho lo político y que no puede ser explicado solamente bajo esos términos: genera complicidades mucho más complejas.
En cualquier caso, el referéndum del domingo será una inyección de adrenalina para el gobierno, la confirmación de que la agenda nuevamente está en sus manos y de que su siguiente parada es la aprobación de una nueva Constitución, más nacionalizaciones y el empeño redentor en un socialismo indigenista sin que la oposición político-partidaria (en crisis terminal); o la oposición cívico-regional (algo más organizada pero que no se repondrá con facilidad si pierde a algunos de sus cuadros este domingo), puedan hacer nada.
Eso sí, difícilmente el próximo lunes habrá esa reconfiguración total de la correlación de fuerzas tan ansiada por los ideólogos más recalcitrantes del oficialismo, y la mayoría o por lo menos la mitad de los liderazgos regionales continuarán en manos opositoras.
Pero si Evo Morales revalida su popularidad con la contundencia con la que las encuestas lo prevén y si los prefectos en su mayoría se mantienen en sus cargos, la pregunta lógica es ¿para qué sirve este referéndum? No hay muchas respuestas para ello, quizá apenas el deseo —antes que la certeza— de un desempate imposible.
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