Ayer por la mañana vecinos de El Alto se enfrentaban a pedradas en uno de los accesos estratégicos a la ciudad de La Paz: unos dispuestos a ?expulsar a las trasnacionales?, y otros a defender a un Presidente que dimitió sin que nadie se lo pidiera. El saldo fue un herido grave y algunos contusos. Una escena aislada del nuevo drama que comenzó el domingo por la noche con el anuncio de la renuncia del Presidente Carlos Mesa y que conduce al lento resquebrajamiento del sistema democrático por un lado, y de la estabilidad financiera por el otro, las últimas vallas de contención que aún se mantienen indemnes en Bolivia.
En el ajedrez las tablas significa igualdad de fuerzas: no hay posibilidades de que un jugador se imponga sobre el otro, Carlos Mesa intenta romper el empate con su renuncia, pero su jugada parecería demasiado arriesgada: sea porque después de ésta no hay otra, sea porque corre el riesgo de convertirse en el pastor que pedía ayuda ante un lobo inexistente, hasta que nadie corrió en su ayuda cuando realmente la necesitaba.
En Bolivia, el empate de fuerzas comenzó a gestarse mucho antes de la asunción de Mesa; algunos sitúan su inicio en el año 2000 cuando irrumpió el movimiento campesino y se acentuó la decadencia del sistema político tradicional, lo cual tuvo su correlato simbólico en el tipo de protesta utilizado: el bloqueo de caminos.
Sin embargo, la crisis terminal no se desencadenó sino hasta el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada; lamentablemente su caída no dio paso a una nueva elite fortalecida, capaz de conducir y revitalizar al Estado, sino a un gobierno débil, preso de minorías activas (pequeños grupos con un altísimo poder de movilización) que se apoderaron de la agenda pública.
El probable rechazo a la renuncia de Mesa, significará la continuidad del empate histórico y del actual gobierno (sólo que con menor margen de acción), hasta que nuevamente algunos sectores se unifiquen como ocurrió la semana pasada detrás de la entelequia de la Asamblea Constituyente o de una inasible Ley de Hidrocarburos que defienden los sectores más radicales, o en torno a los deseos autonomistas que tiene la otra mitad del país.
De cualquier forma todo parece indicar que la alternativa democrática será la convocatoria a elecciones, lo que significará nuevas postergaciones a las reivindicaciones sociales y regionales y un nuevo presidente (Evo Morales o algún político ligado a la elite tradicional) sin mayores perspectivas que el actual. Ya Morales ha hecho explícito su deseo de llegar a la presidencia para estatizar los hidrocarburos, lo cual significaría volver a una discusión ya superada en los `70 (Bolivia siempre tuvo cierto ?deja vu?, y no debería llamarnos la atención la onda retro en la que está embarcada).
En resumen, la situación es cada vez más incierta y no es improbable que se incremente la espiral de violencia antidemocrática, sin perspectivas de que surja un liderazgo moderno y democrático que reinvente Bolivia y que permita que sus ciudadanos vuelvan a creer y tener esperanzas en sí mismos. Este es el peor escenario posible, el que nadie desea, en el que las pedradas de ayer apenas serán una mala reproducción de aquel cuadro de Goya en el que dos hermanos pelean y que simboliza la guerra civil española.
Sergio Molina M. es cientista político