Los altos y flacos presidentes de la Argentina y Bolivia comparten no sólo características físicas, sino orígenes y estilos de gobernar casi idénticos: reniegan de los políticos tradicionales aunque les hacen guiños permanentes, y se muestran contestatarios pero han introducido a sus países nuevamente en la agenda internacional.
Pese a los tropiezos de seguridad argentinos y luego del exitoso referéndum boliviano, Néstor Kirchner y Carlos Mesa siguen siendo dos de los presidentes más exitosos de la región a pesar de que uno concluye y el otro comienza la luna de miel con sus ciudadanos.
Ambos se caracterizan por sus comportamientos ascéticos: Mesa es abstemio y Kirchner se permite de vez en cuando algo más que pescado hervido con verduras. Lejos los dos de los habanos Churchill de Sánchez de Lozada o de la pizza y el champagne menemista. Eso sí se han hecho célebres por su carácter: Mesa es muy mal hablado y Kirchner reta a sus subalternos como denunció muy dolido un ex ministro de Justicia argentino.
Carlos Mesa es tan puntual que desconcierta por exceso y Kirchner peca por defecto: sus opositores no se cansan de explicar los males que le trae a la Argentina su impuntualidad y hablan de enojos y desplantes que van desde la CEO de Hewlett Packard pasando por los reyes de España, hasta Vladimir Putin o Kofi Annan.
Pero las actuales coincidencias entre Bolivia y la Argentina van mucho más allá de las anécdotas presidenciales.
Los dos surgen en momentos críticos e históricos para sus naciones: el boliviano sucede a Sánchez de Lozada, derrocado y ?enterrado por los muertos? como afirmó el propio Mesa; y Kirchner es el primer presidente post De la Rúa elegido en las urnas.
Tanto Mesa como Kirchner se muestran como outsiders de la política o por lo menos con la intención de renovarla: Han enfrentado a los poderes fácticos de sus países y constantemente sorprenden a la opinión pública y a sus opositores (Kirchner reconvirtiendo la Corte Suprema de Justicia y con ello al principal símbolo del menemismo; y Mesa presentando días después de su triunfo electoral una Ley de hidrocarburos).
Los dos han sido catalogados como gobernantes de izquierda, pero después del galopante neoliberalismo que se enseñoreó en sus países en la última década, cualquiera con una postura más o menos progresista podría ser catalogado de marxista trasnochado.
Acercamiento a los políticos tradicionales
Nadie duda de los estrechos vínculos de Kirchner con el peronismo, ni de los que tuvo Carlos Mesa con el MNR, pero la relación que tienen ambos con esos partidos es la de un tórrido romance adolescente. Mesa aún intenta demostrar que puede gobernar pese a no tener bancada oficialista y sólo con el apoyo de diputados transversales; en cambio Kirchner ?el autor de ese curioso concepto y sabedor de que la transversalidad no es suficiente? está dispuesto a conciliar con el Partido Justicialista. El pingüino de riña se habría convertido en un pingüino domesticado afirman en Buenos Aires.
El acercamiento a los políticos tradicionales también es una posibilidad que baraja Carlos Mesa, al margen del fuerte respaldo que consiguió de Evo Morales. Algunos analistas mediáticos lo intuyen formando su propio partido o, incluso, convirtiéndose en jefe del MNR.
Lo que también comparten es la visión que tienen sobre los extremos (y la que éstos tienen de ellos): Han decidido no reprimir a esas minorías activas capaces de paralizar una ciudad sin ser especialmente representativas; y ?pese a los desplantes verbales? fascinan al gobierno norteamericano después de que éste creyera haber perdido dos ovejas más de su rebaño. La visita de Roger Noriega a La Paz y las señales que acaba de dar el FMI en su autocrítica y en la renegociación de la deuda argentina así parecen confirmarlo.
Ahora bien, atraviesan problemas que no son menores: la inseguridad que está espantando la fascinación que tenemos todos por la Argentina, en un caso; y resolver la ecuación gasífera de cinco incógnitas para los bolivianos (amén de las contradicciones propias de la inexperiencia y la ingenuidad según sea el caso, como sus opositores señalan sin descanso).
Kirchner y Mesa se consideran protagonistas de un momento fundacional. Hubo un antes del que nadie quiere hacerse cargo (pero de donde ellos provienen: gobernador el uno, vicepresidente el otro), y habrá un después de ellos.
Por lo menos eso es lo que piensan, lejos (y anhelantes) de los aburridos gobiernos aquéllos donde los presidentes no eran tan importantes, pero cumplían y terminaban sus mandatos.