Bolivia, en riesgo de revolución

Fernando Molina (editorial de Pulso del 30 de septiembre).-

El Gobierno está imprimiendo una dosis considerable de fuerza para forzar un “desempate” del impasse político boliviano a su favor. Ha movido sus fichas de una forma autoritaria, aprovechando muy bien un error de la oposición parlamentaria, que le permitió ir a un plebiscito en el que el presidente Evo Morales obtuvo el 70 por ciento de los votos, y el error de la oposición regional, que se lanzó a actos violentos, casi terroristas, que no sólo eran insostenibles, sino también, en gran parte, artificiales, es decir, que no representaban el verdadero estado de ánimo de los ciudadanos de los departamentos “rebeldes”. El Gobierno ha aprovechado igualmente, con inteligencia y prontitud, la matanza de 16 personas en Pando, la cual despertó el repudio internacional contra el movimiento regional boliviano e hizo creíble la propaganda oficial sobre un golpe de Estado supuestamente en marcha.
Así, Morales está cerca de romper el estancamiento del proceso político que dirige, y que no había encontrado hasta ahora la forma de vencer la activa resistencia de varios departamentos del país, de la oposición política y de las élites económicas.
Cumple así su principal objetivo como dirigente de un movimiento popular e indígena que, aprovechando la implosión de las élites tradicionales a consecuencia de los “locos noventa”, pretende acumular tanto poder como sea posible y aplicar un programa de redistribución radical de la riqueza nacional.
Si al principio del proceso las élites atinaron a reaccionar con cierto orden, hoy están perplejas, atrincheradas en algunas prefecturas que el MAS no pudo ganar en el plebiscito, pese a su mayoría nacional. También son fuertes en el Senado, pero éste, en conjunto, ha perdido casi toda su importancia política, porque la institucionalidad democrática ya casi no cuenta en el país.
Aunque es pronto para considerar completamente derrotada a esta oposición, no cabe duda de que los errores que ha cometido la incapacitan para presentar una eficiente resistencia a los planes del MAS.
El argumento oficial para justificar la presión abiertamente ilegal que está realizando (que incluye la detención irregular del Prefecto de Pando, el cual no sólo ha sido acusado, sino también “condenado” por la maquinaria propagandística gubernamental como autor de la matanza) es el sistemático bloqueo que la oposición ha realizado hasta ahora a todos sus intentos de “cambiar el país”, incluso a los más moderados. Algo de verdad tiene este argumento excepto porque no toma en cuenta que dos males no hacen un bien, y un gobierno autoritario no puede solucionar el autoritarismo de los movimientos sociales que se organizan en su contra.
Por otra parte, los títulos democráticos de Evo Morales y sus colaboradores son muy escasos. Su supuesto intento actual por alcanzar un acuerdo con la otra parte es precario, se realiza por presión de las naciones sudamericanas que intervinieron para evitar un enfrentamiento todavía más grave en Bolivia, y, si se da, seguramente resultará efímero. El tono de las declaraciones y las decisiones de las autoridades ha sido, incluso en este delicado momento, amenazante y conflictivo.
Tampoco podemos olvidar que el Gobierno ha azuzado el odio que ahora paradójicamente pretende conjurar con “mano dura”. Y, por supuesto, no es que esté realizando el esfuerzo de retomar el control de la situación por medio del fortalecimiento de las instituciones estatales, sino por la vía contraria, es decir, prescindiendo de dichas instituciones.
Hay que concluir, entonces, que en este momento la democracia boliviana, en su sentido pleno, está a punto de sucumbir.
El presidente Morales está apostando fuerte: O impone sus condiciones o pone en riesgo la soberanía del país, amenazada por las potencias vecinas que, según han afirmado, no permitirán el caos en la región.
Por otra parte, algunos de los opositores, de forma muy poco digna, preferirían una intervención extranjera que el triunfo del Gobierno que aborrecen.
Todavía es temprano para predecir lo que sucederá, excepto por una cosa: pueden esperarse días muy duros.
Una vez más, ante nosotros se materializa los indicios de ese fenómeno siempre presente en la modernidad que es la revolución. Como se sabe, la revolución lleva el odio por la injusticia a su paroxismo, pero normalmente no desemboca en una sociedad de equilibrio y felicidad, sino en la opresión de las mayorías por parte de unas minorías “justicieras” que avasallan al resto en nombre de un ideal. Un ideal que sirve para justificar la violencia pero nunca para darle un sentido verdadero.

América del Sur frente a la crisis de Bolivia

Mónica Hirst* (publicado en Nueva Crónica N° 25).-

La salida democrática para la crisis boliviana también constituye una condición esencial para el futuro de la comunidad sudamericana.
Un fracaso en este sentido aproximará de forma inexorable a Bolivia a una intervención internacional.
La intensidad y calidad de la crisis política en Bolivia suscita una enorme preocupación, tanto por sus consecuencias para el futuro del país como por su impacto para nuestra región. Ya no resulta posible desvincular ambas dimensiones y parecería que estamos viviendo una etapa en que las prioridades están bastante más próximas al control de daños que a la valorización de los atributos transformadores de la historia del país.
En este cuadro, es necesaria una respuesta regional sudamericana que otorgue –de ser posible a través de una voz única– solidaridad y autoridad. La reunión de emergencia del UNASUR convocada por el gobierno chileno representó un primer paso en esta dirección. Las iniciativas concretas anunciadas, basadas en premisas previamente establecidas, demuestran la intención de no echar a perder el impulso del momento. El apoyo a la gobernabilidad de Evo Morales a cambio de una predisposición sustentable de diálogo y negociación con las fuerzas opositoras –lo que se traduce en reabrir el paquete constitucional–, marca la primera fase de la mediación sudamericana. La segunda reunión realizada en Nueva York –en el contexto de la Asamblea anual de la onu– amplió aún más las intenciones del grupo sudamericano de garantizar su presencia mediadora e investigadora en la crisis boliviana.
El riesgo de una fragmentación liderada por el departamento de Santa Cruz exige una reacción de la comunidad sudamericana que rechace esta hipótesis con la misma firmeza con la que se actuó frente al tema nuclear en el pasado, cuando fue negociado el Tratado de Tlatelolco. En el presente, el desmembramiento territorial constituye una amenaza a la seguridad de cualquier sistema regional.
Debemos defender el principio de integridad territorial de los Estados sudamericanos de la misma forma en la que logramos la desnuclearización. Si la preservación de la paz es un valor absoluto en América del Sur resulta inadmisible cualquier riesgo a la misma. El hecho de que esta región conserve la misma geografía política que hacia finales del siglo xix –lo que no ocurre en Europa, en Asia, ni mucho menos en África– constituye un patrimonio valioso y digno de preservación. Soluciones federativas deberían ser buscadas por medio de negociaciones pacientes y creativas entre La Paz y los departamentos separatistas.
Todo tipo de asistencia debería ser ofrecida de forma organizada y coordinada por países –de la región o no– que disponen de sistemas federativos en los cuales se compatibilizan grados diferentes de autonomía fiscal y política.
Son conocidas las condiciones vulnerables de las realidades que combinan abundantes recursos energéticos, fragilidad institucional y producción y circulación de drogas. La realidad cotidiana en Asia central enseña sobre la erosión, aparentemente irreversible, de soberanías en países dominados por este tipo de escenario. Pero el entorno no-democrático, en el cual se destacan potencias como China y Rusia, también debe ser indicado como un factor explicativo de estos contextos. Este no es el caso de América del Sur. No obstante, sólo será posible evitar la securitización de sus crisis políticas reforzando el consenso por soluciones que apuesten al diálogo y al pluralismo.
De la misma forma que el resultado de la reunión de Santiago representa una prueba de fuego para el
afianzamiento de UNASUR, la salida democrática para la crisis boliviana también constituye una condición esencial para el futuro de la comunidad sudamericana. Un fracaso en este sentido aproximará de forma inexorable a Bolivia a una intervención internacional. Si bien ésta podría contar con una fuerte presencia sudamericana, la herida a la soberanía de la nación boliviana sería semejante a la que soportan los 20 países que actualmente se encuentran bajo intervención externa.
La actual coyuntura pide consensos pero también reclama liderazgo político. El hecho de que los ojos de la región estén puestos en Brasil no significa que estén plenamente dadas las condiciones para que el país asuma este papel. Tanto las resistencias internas como las garantías externas –esencialmente de los Estados Unidos– podrían generar dificultades para el gobierno de Lula. Sin embargo, las condiciones nunca fueron tan propicias en ambos frentes. En el ámbito político interno se observa un amplio reconocimiento del momento económico y de la proyección internacional brasileña. A diferencia del momento político electoral de hace 2 años, cuando la polarización entre sectores oficialistas y opositores incluyó a la política exterior como un tema de agenda, en el presente prevalece concordancia y baja politización entre gobierno y oposición en esta materia. Ya con la relación con Estados Unidos se suman muchos elementos a favor de un protagonismo brasileño en Sudamérica. La crisis de liderazgo de Washington en la región, la falta de interés y energía política para lidiar con sus “periferias turbulentas”, contribuyen a que Brasil asuma su condición de poder regional. El margen de maniobra ante la negligencia y el desprestigio es naturalmente más amplio que en un contexto de recuperación del comando esperado en el 2009, ya sea bajo un proyecto que alude a la adopción del método del garrote (big stick) inspirado en Theodore Roosvelt o con un idealismo pontificado si gana el candidato demócrata. Pero más allá de quién ocupe hoy y mañana la Casa Blanca, la determinación de Brasilia de evitar que se asocie su protagonismo con una política de confrontación con eeuu no cambia. Además de mantenerse en los carriles de su propio diálogo estratégico iniciado con el gobierno Bush, Lula no desea poner en riesgo el apoyo de países claves en la región como Colombia y Chile. Al mismo tiempo, en el ámbito sudamericano, la diplomacia brasileña tendrá que encontrar una fórmula astuta y prudente para lidiar con las ambiciones políticas, ideológicas y militares del gobernante venezolano. Una intervención
directa de Venezuela en Bolivia podría ser fatal para este país: las divisiones internas se transformarían en enfrentamientos alimentados por apoyos externos que recordarían a los tiempos de guerra en América Central.
Pero el momento internacional y regional parece ser muy diferente. Si bien la experiencia de Contadora y su grupo de apoyo no pueden ser negados como antecedentes presentes en la memoria colectiva de los presidentes sudamericanos para enfrentar la crisis boliviana, el actual contexto no guarda semejanzas con la segunda Guerra Fría. En lugar de los condicionantes de la bipolaridad estamos ante un mundo en el cual las regiones son reconocidas como actores políticos y el multilateralismo adquiere una capacidad de intervención para buscar soluciones de estabilidad y paz. Es interesante notar que el delegado asignado para representar a unasur en el proceso de mediación política en Bolivia –Juan Gabriel Valdés– sea la misma persona que fue escogida como el primer representante del Secretario General de la onu ante la misión de paz en Haití (minustah) en 2003.
También llama la atención que desde el primer momento el gobierno norteamericano reconoció positivamente la actuación de unasur, lo cual nunca ocurrió con la concertación latinoamericana para América Central. Debe ser subrayado el apoyo otorgado por la Unión Europea al recientemente conformado grupo sudamericano y el sentido de oportunidad del mismo de proyectarse como
tal ante la Asamblea anual de la onu.
En otras palabras: multilateralismo efectivo, una postura delegativa de los Estados Unidos y una coordinación política regional bajo liderazgo brasileño podrían sumar a favor de una solución pacificadora, institucional y democrática para Bolivia. No obstante, la preservación de la integridad territorial y del pluralismo político parecen ahora implicar la aceptación de un monitoreo externo que inevitablemente limitará, en el corto y mediano plazo, la plena soberanía del país.

* Historiadora y cientista política brasileña, experta en temas de paz y seguridad.

Entrevista a Sergio Molina M. en Radio Cooperativa sobre el conflicto en Bolivia










Normandía y Stalingrado

Cuando se trata de la vida y la muerte, de la viabilidad de un país o su bancarrota uno no debería ser frívolo. En relación a Bolivia, como decía Vallejo: “quiero escribir y me sale espuma / quiero decir muchísimo y me atollo”.
Es que la semana pasada fue una de las más trágicas de las que se tenga memoria (no por el número de muertos, que los hubo y muchos a lo largo de la historia contemporánea, sino porque ésta fue la primera vez en que se enfrentaron civiles contra civiles).
Por ello, el balance que se haga de la Cumbre de UNASUR o de la actuación de la OEA debería comenzar por dimensionar la magnitud de lo que estaba en juego: sin duda la posibilidad de una ruptura del orden democrático, pero también de una lucha sangrienta y fratricida que todos, absolutamente todos los latinoamericanos padeceríamos.
En ese contexto la Cumbre fue un éxito indiscutible para la democracia y el gobierno boliviano: Evo Morales hoy se siente respaldado por el 67 por ciento de la población, pero también por todos y cada uno de los países de la región, y eso es tener tanto poder como el que se desee.
Es también un éxito para Chile. Bachelet estuvo a la altura de sus responsabilidades como líder: convocó a la Cumbre, la condujo a buen puerto y fijo una agenda para el futuro.
Dicho esto, también hay que entender al Presidente Lula y sus reticencias a convocarla. La complejidad de lo que ocurre —que no puede ser reducido solamente a un intento de golpe de Estado y menos a una conspiración del imperio como irresponsablemente sugiere Hugo Chávez—, probablemente hizo reflexionar al brasileño haciéndolo concluir que entre tanta personalidad compleja las cosas podían salirse de madre, o que la Cumbre era pan para hoy y hambre para mañana.
Es que hay que convenir que nadie le tiene mucha fe a las comisiones, ni siquiera a las de la OEA, que tienen un mandato aprobado por todos los países y una carta de navegación específica. En la de UNASUR, ¿a quiénes representarán sus integrantes?, ¿a sus países?, ¿a ellos mismos?
Además, ¿cómo verá la oposición boliviana esta comisión después de la declaración de respaldo al gobierno? Quizá la considerará oficialista y, por falta de confianza de una de las partes, no pueda interceder entre ellas.
Mientras tanto el proceso social y político boliviano continúa y el escenario más probable es que pronto tendremos episodios similares de violencia, los cuales no terminarán mientras uno de los bandos en disputa —elija usted cuál— crea que esto es parecido al desembarco en Normandía (aquél que cambiará la correlación de fuerzas de la guerra); y el otro considere que está en Stalingrado (y llegó la hora de defenderse contra los invasores). En resumen, nada cambiará mientras los extremistas de uno y otro lado crean que se están jugando la vida en una partida sin importar cuántos muertos tengan que apostar en ella.
De ahí la altísima responsabilidad que tenemos los demócratas y los progresistas que creemos que Bolivia merece un futuro en paz: criticar sin piedad a los grupos ultramontanos que persiguen indígenas para asesinarlos, defender sin condiciones las libertades fundamentales, cierto; pero también no dar cheques en blanco a quienes no son capaces de administrar el poder respetando a las minorías, a esos pocos que creen que llegó la hora de tomar el cielo por asalto. Ese pensamiento es el que condujo a la derrota del movimiento popular en los ’70 y nadie debería olvidarlo.

Coordinador del Observatorio de política regional de Chile 21
(Publicado en La Tercera de Chile el 17 de septiembre de 2008)

La Cumbre de UNASUR (una visión desde Chile)

1) Fue un éxito enorme de Michelle Bachelet. Estuvo a la altura de sus responsabilidades como Presidenta Pro Tempore de UNASUR (convocó a la cumbre, la condujo a buen puerto y fijo una agenda para el futuro... impecable).

2) Los únicos que criticaron la cumbre lo hacían por liviana no por el contenido ni por el enfrentamiento entre Presidentes, lo cual también se debe atribuir al liderazgo de Bachelet y su capacidad de conducir personalidades tan complejas e ideológicamente enfrentadas.

3) En ese sentido, es curioso que estas semanas la política chilena estuvieran marcadas por temas internacionales (FARC, Bolivia) y eso nos permite ver a la derecha superprovinciana, conservadora, pacata; y al gobierno como mucho más mundo, integrado, globalizado, etc.

4) Fue un éxito para la democracia y el gobierno boliviano: Evo Morales hoy se siente respaldado por el 67% internamente; y por el todos los países de la región externamente. Todos en Bolivia hacen ese análisis y coinciden que fue un triunfo del oficialismo.

5) Pero también hay que entender a Lula y sus reticencias. No le tengo mucha fe a las comisiones y está, por sus características, es compleja (a diferencia de la OEA que tiene un mandato claro, una carta de navegación específica).

6) Además, ¿Cómo verá la oposición boliviana esta comisión después de una declaración de tal magnitud? Desconfiará de ella, la considerará oficialista o proclive a Evo y, nuevamente como ya ocurrió con la OEA, perderá posibilidades de interceder entre las partes.

7) Mientras tanto el proceso social y político continúa en Bolivia (habrá tregua por el momento pero será momentánea), y pronto tendremos episodios similares. Eso es lo triste y trágico de lo que está ocurriendo.

DECLARACIÓN DE LA MONEDA

Santiago, 15 de septiembre de 2008

Las Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de UNASUR, reunidos en el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile el 15 de Septiembre del 2008, con el propósito de considerar la situación en la República de Bolivia y recordando los trágicos episodios que hace 35 años en este mismo lugar conmocionaron a toda la humanidad;

Considerando que el Tratado Constitutivo de UNASUR, firmado en Brasilia el 23 de mayo del 2008, consagra los principios del irrestricto respeto a la soberanía, a la no injerencia en asuntos internos, a la integridad e inviolabilidad territorial, a la democracia y sus instituciones y al irrestricto respeto a los derechos humanos.

Ante los graves hechos que se registran en la hermana República de Bolivia y en pos del fortalecimiento del diálogo político y la cooperación para el fortalecimiento de la seguridad ciudadana, los países integrantes de UNASUR:

1. Expresan su más pleno y decidido respaldo al Gobierno Constitucional del Presidente Evo Morales, cuyo mandato fue ratificado por una amplia mayoría en el reciente Referéndum.

2. Advierten que sus respectivos Gobiernos rechazan enérgicamente y no reconocerán cualquier situación que implique un intento de golpe civil, la ruptura del orden institucional o que comprometa la integridad territorial de la República de Bolivia.

3. Consecuente con lo anterior, y en consideración a la grave situación que afecta a la hermana República de Bolivia, condenan el ataque a instalaciones gubernamentales y a la fuerza pública por parte de grupos que buscan la desestabilización de la democracia boliviana, exigiendo la pronta devolución de esas instalaciones como condición para el inicio de un proceso de diálogo.

4. A la vez, hacen un llamado a todos los actores políticos y sociales involucrados a que tomen las medidas necesarias para que cesen inmediatamente las acciones de violencia, intimidación y de desacato a la institucionalidad democrática y al orden jurídico establecido.

5. En ese contexto, expresan su más firme condena a la masacre que se vivió en el Departamento de Pando y respaldan el llamado realizado por el Gobierno boliviano para que una Comisión de UNASUR pueda constituirse en ese hermano país para realizar una investigación imparcial que permita esclarecer, a la brevedad, este lamentable suceso y formular recomendaciones, de tal manera de garantizar que el mismo no quede en la impunidad.

6. Instan a todos los miembros de la sociedad boliviana a preservar la unidad nacional y la integridad territorial de ese país, fundamentos básicos de todo Estado, y a rechazar cualquier intento de socavar estos principios.

7. Hacen un llamado al diálogo para establecer las condiciones que permitan superar la actual situación y concertar la búsqueda de una solución sustentable en el marco del pleno respeto al Estado de derecho y al orden legal vigente.

8. En ese sentido, los Presidentes de UNASUR acuerdan crear una Comisión abierta a todos sus miembros, coordinada por la Presidencia Pro Témpore, para acompañar los trabajos de esa mesa de diálogo conducida por el legítimo Gobierno de Bolivia, y

9. Crean una Comisión de apoyo y asistencia al Gobierno de Bolivia, en función de sus requerimientos, incluyendo recursos humanos especializados.


Yo quiero decir que luego de esta reunión, extensa pero muy fructífera, y de estos acuerdos, UNASUR ha quedado más consolidado.

Muchas gracias.

La escalada

Muertos y heridos, atentados terroristas, pedidos de armas para defender al Presidente, instituciones saqueadas, el embajador de EEUU expulsado con ignominia, aeropuertos tomados, las sedes de los medios asediadas por turbas enardecidas, carreteras intransitables… aquí describo sólo alguno elementos del escenario caótico que enfrentan las regiones opositoras de la Media Luna boliviana, y que comienza a extenderse a todo el país.
¿Cómo se llega a una situación como ésta a tan solo un mes del referéndum en el que Evo Morales ganó con el 67% de los votos? La respuesta es compleja pero tiene mucho que ver con la soberbia.
Soberbia de las regiones y ciudades perdedoras que ahora se saben minoritarias, cercadas geográficamente, desarticuladas políticamente y sin más alternativas para sobrevivir que ceder el discurso y la acción a los sectores ultramontanos que creen que Bolivia es el campo de batalla de la tercera guerra mundial.
Soberbia del gobierno que en lugar de ser magnánimo ante el triunfo y dar una salida honorable a los derrotados, se convenció de que había llegado la hora del desempate político. Así, en lugar de negociar, convocó a otro referéndum con el objetivo de aprobar una Constitución que provoca urticaria a los autonomistas y temor atávico entre la clase media.
¿Qué deparará el futuro? Alejado el diálogo del escenario, las perspectivas no son halagüeñas: violencia civil continua, deterioro institucional aún mayor, y una situación económica en franco retroceso.
¿Guerra civil? Poco probable en tanto el ejército y la policía se han mantenido leales al gobierno, no hay fuerzas separatistas extranjeras ni respaldo social a la balcanización.
Traigo a colación ese tema porque entre los argumentos para expulsar al embajador de EE.UU. se mencionó una supuesta colaboración con los “separatistas” y el expertise que le otorgaba haber tenido participación diplomática en Bosnia y luego en Kosovo, cuando las papas quemaban y mataban.
Al margen de si Philip Goldberg se entrometió en asuntos internos o no, la expulsión —casi inédita en la historia latinoamericana—, aumenta aún más la escalada: el imperialismo siempre fue una baza fuerte a la hora del póker político, y está visto que Evo Morales se dispone a jugar todas las cartas que tiene, cegado como está por la tentación del desempate.
El problema es que —como en toda escalada—, pronto se llegará a un punto de no retorno y, de ahí en adelante, todo puede ser posible.
(Publicado en La Tercera el 12 de septiembre)

Civiles en contra de civiles

Por Fernando Molina, director de la revista Pulso
La noticia más preocupante de esta semana llena de malas noticias en Bolivia es que los peores episodios de violencia --el del miércoles 10 en Tarija que arrojó 70 heridos, y el de Cobija el jueves 11, con la muerte de ocho personas-- fueron enfrentamientos entre civiles. Esto altera significativamente la trayectoria del conflicto que vive el país desde el año 2000. Porque a lo largo de esta década casi de crisis política, los distintos grupos sociales que han salido a protestar a las calles y a bloquear caminos (por muchos motivos distintos, pero en el fondo uno solo: el control de los recursos naturales) se enfrentaban siempre contra el Estado, contra las fuerzas de seguridad. Ahora ya no es así. El cambio comenzó imperceptiblemente, hace varios meses, y esta semana ha quedado al descubierto.
El gobierno de Evo Morales, igual que todos los que lo precedieron durante este siglo, ha tenido que actuar jaqueado por las llamadas “minorías eficientes”, es decir, por facciones de la sociedad que, a causa de su gran politización, han sido capaces de resistir denodadamente sus políticas. Lo mismo le pasaba a los presidentes Mesa, Sánchez de Lozada, Quiroga y Banzer, aunque los movimientos que luchaban contra ellos eran diferentes de los que ahora están en el centro de la actualidad. Eran justamente los contrarios.
Para ilustrar una vez más que el mundo da vueltas, resulta que en Bolivia quienes ayer encabezaban la revuelta contra los presidentes “neoliberales” --y que éstos solían adjetivar de “golpistas”-- son los mismos que ahora acusan a los dirigentes regionales rebeldes de tramar un golpe de Estado. Un caricaturista local expresó esta paradoja con un dibujo de Morales “tomando un poco de su propia medicina”.
Lo que nos interesa aquí es saber si efectivamente se trata de la misma medicina. A primera vista semeja serlo, tiene la apariencia del purgante que los siempre indignados súbditos del Estado boliviano hacen tragar una y otra vez a sus gobernantes, la hiel de la insubordinación. (Como es sabido, el Estado en estas tierras, y ya desde la Colonia, “manda pero no obliga”).
Sin embargo, en este último tiempo observamos una diferencia que no es menor. Los gobernantes actuales, enfrentados como hemos dicho a estos movimientos sociales de nuevo tipo, no han intentado sin embargo controlarlos por medio de la coerción estatal, como hicieron los anteriores, sino apelando a otro método muy distinto: la movilización de sus propias fuerzas.
Este solo hecho bastaría para caracterizar a este gobierno de populista. Morales carece de la idea del poder como Leviatán, no siente la necesidad de salvar a la sociedad de su desorden congénito, a diferencia por ejemplo de Sánchez de Lozada, que por esta idea sacó al ejército un sábado, y se acostó el domingo con la siniestra nueva de que la tropa había matado a casi 70 personas.
De modo que a la medicina que intenta suministrarle la oposición desde 2006, y que antes era su propia medicina, Morales ha contestado de forma homeopática: con la firme creencia de que el mejor antídoto es un poco más del mismo veneno.
Así es como columnas de comerciantes y artesanos, y sobre todo a los campesinos de los cuatro departamentos donde se concentra la oposición (pero en las ciudades, no en el campo) han sido movilizados constantemente. Campo contra ciudad, pobres contra ricos. ¿No es ésta la fórmula que siempre les ha dado resultado a los populistas?
Pero Morales ha exagerado la dosis. Una cosa es que a él no le interese el orden y otra que el orden no sea importante para la sociedad y para el ejercicio de la política. Finalmente el orden (nuevo) es el objetivo, aunque el camino sea la revolución. Sólo que nada de esto está en la mente del Presidente boliviano, como muestra su última e inopinada decisión de expulsar al embajador de Estados Unidos para mostrar que todo este lío surge de una conspiración externa.
La verdad, sin embargo, es otra. Luego de casi tres años de azuzar desde la alta palestra de la Presidencia a unos grupos de bolivianos contra otros, Morales ha logrado remover el poso de resentimiento, odio racial y prepotencia, que estaba depositado en el sustrato de la cultura boliviana.
Y una buena parte de la oposición, íntimamente regocijada, se ha puesto a chapotear en este mismo lodo.
La responsabilidad material por los muertos y heridos de esta semana es de quienes les golpearon y dispararon, claro, pero la responsabilidad ética llega más lejos. Civiles en contra de civiles. Éste es el resultado directo de la prédica de la confrontación comenzada por Evo Morales y continuada por los dirigentes regionales. Facilitada por la indiferencia, la conveniencia o la estupidez de las naciones extranjeras. Celebrada por los bienpensantes del primer mundo. Animada por los medios de comunicación. Aplicada por las claques. Impulsada por millones de votos. Permitida por la sociedad entera.
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y el que busca, encuentra.

Ensayo sobre la ceguera

Las segundas partes nunca son buenas dice un conocido refrán respecto al cine. Por supuesto que las excepciones van desde El Padrino a Batman pero hay demasiadas constantes como para desconfiar de la sabiduría popular, tanto que Hollywood ya no las hace (o hace tres de una sola vez para que nadie discuta).
Lo mismo pasa con el poder, es demasiado atractivo y seductor como para soltarlo sin pataleo, entonces se fuerza la jugada: si se permite un solo periodo, se busca el segundo; si hay dos, vayamos por el tercero. El deseo de reelección infinita corroe a los políticos cualquiera sea el color de su pelaje: Leonel Fernández en República Dominicana, Alvaro Uribe en Colombia, para no hablar de los K, Lula o Hugo Chávez.
En Bolivia, tras los resultados del referendo revocatorio, el Gobierno ha emprendido una operación que permitiría no sólo el tan ansiado desempate a través de otro referéndum en diciembre próximo, esta vez para la aprobación de una nueva Constitución (a la cual Vargas Llosa calificaría cuando menos de utopía arcaica); sino también autorizando —cuándo no— la reelección, de forma que el único líder boliviano de proyección nacional e internacional y a quien nadie puede hacer frente, continúe en el cargo. Es que si los resultados son iguales o parecidos a los del referéndum revocatorio, el 2009 se convocaría a nuevas elecciones y, a partir de ahí, el límite para Evo Morales sería el 2019.
Escenario probable porque después de los abrumadores resultados de aquel domingo de agosto (aciago para la oposición), ésta se encuentra difusa y confusa: sean los partidos de derecha que en un error que les costará su viabilidad futura propiciaron el mismísimo referéndum en el que fueron masacrados; sea la oposición regional que se encuentra en estado de apronte y radicalizada producto del aislamiento y del cerco geográfico oficialista que comienza a asfixiarlos… y a un enemigo herido y apaleado hay que darle una salida, por honor pero también por astucia: uno nunca sabe cuán peligroso puede ser en el futuro; no entender esa máxima política le cobrará la cuenta a Morales en algún momento. Por ahora la oposición acorralada comienza a enarbolar la tesis de “un país dos sistemas”, como si esto fuera viable o posible.
De todas formas, la convocatoria al referéndum por la nueva Constitución y por la reelección es una decisión arriesgada porque no es lo mismo votar por la continuidad de un Presidente democrático que por una doctrina ideológica que regirá la vida de millones de bolivianos en el largo plazo; pero además porque ha sido convocado por decreto supremo y no por ley como manda la Constitución vigente, poniendo en duda su legalidad, lo cual acaba de ser reiterado por la máxima autoridad electoral que se niega a organizarlo.
Falta mucho aún y nada está dicho, pero Evo Morales, cebado por el triunfo y dispuesto a imponer su hegemonía a la Media Luna parece haber fondeado el diálogo y el consenso, aquellos que le reclamaban los analistas y políticos del mundo entero. Ya lo escribía de forma inmejorable M.A. Bastenier en El País refiriéndose a la ceguera de la oposición y del oficialismo: “no sabemos si están condenados a entenderse, pero sí que si no se entienden, están condenados”.

Publicado en La Tercera el 4 de septiembre de 2008