AK-47

Antaño se declaraba territorio libre a aquellos lugares en los cuales se había expulsado a los norteamericanos. Hubo pocos, Cuba sin duda el más emblemático.
No supimos más de ellos hasta ayer, en el Chapare boliviano, el lugar que vio nacer políticamente a Evo Morales y donde se produce la mayor cantidad de hoja de coca destinada al narcotráfico: los pobladores de la zona expulsaron a los funcionarios de USAID (la agencia de cooperación norteamericana) y declararon al Chapare “territorio libre de los EEUU”.
El portavoz del Departamento de Estado dijo que una cosas así es “inapropiada, inamistosa y lamentable” y reclamó frente a la violencia contra EEUU. Se refería a lo ocurrido ayer y a lo que pasó el 9 de junio cuando miles de personas estuvieron a punto de tomar la embajada norteamericana en La Paz, casi como en Teherán el 79, pero en versión andina. El incidente se evitó con la intervención de policías que, inmediatamente después, fueron destituidos.
Otra zona boliviana, esta vez Tarija: un atentado a un canal de TV ocasiona la detención de un subteniente que portaba un AK-47. El sospechoso afirma suelto de cuerpo que, entre otras cosas, trabaja para Evo Morales.
Lo curioso es que los militares solían usar fusiles M-16 y FAL, de forma que la aparición de un AK-47 obligó al Comandante del Ejército a informar que hay diez mil armas de este tipo las cuales —nadie sabe cómo—, ahora están en poder de las Fuerzas Armadas. Pocos se acordaron que Venezuela compró 100 mil el 2005 y que en ese entonces el Secretario de Defensa de Estados Unidos declaró que “no podía imaginar para qué eran esos fusiles”.
Como siempre, tenía poca imaginación.

Coordinador Observatorio de política regional de Chile 21

AK-47

Antaño se declaraba territorio libre a aquellos lugares en los cuales se había expulsado a los norteamericanos. Hubo pocos, Cuba sin duda el más emblemático.
No supimos más de ellos hasta ayer, en el Chapare boliviano, el lugar que vio nacer políticamente a Evo Morales y donde se produce la mayor cantidad de hoja de coca destinada al narcotráfico: los pobladores de la zona expulsaron a los funcionarios de USAID (la agencia de cooperación norteamericana) y declararon al Chapare “territorio libre de los EEUU”.
El portavoz del Departamento de Estado dijo que una cosas así es “inapropiada, inamistosa y lamentable” y reclamó frente a la violencia contra EEUU. Se refería a lo ocurrido ayer y a lo que pasó el 9 de junio cuando miles de personas estuvieron a punto de tomar la embajada norteamericana en La Paz, casi como en Teherán el 79, pero en versión andina. El incidente se evitó con la intervención de policías que, inmediatamente después, fueron destituidos.
Otra zona boliviana, esta vez Tarija: un atentado a un canal de TV ocasiona la detención de un subteniente que portaba un AK-47. El sospechoso afirma suelto de cuerpo que, entre otras cosas, trabaja para Evo Morales.
Lo curioso es que los militares solían usar fusiles M-16 y FAL, de forma que la aparición de un AK-47 obligó al Comandante del Ejército a informar que hay diez mil armas de este tipo las cuales —nadie sabe cómo—, ahora están en poder de las Fuerzas Armadas. Pocos se acordaron que Venezuela compró 100 mil el 2005 y que en ese entonces el Secretario de Defensa de Estados Unidos declaró que “no podía imaginar para qué eran esos fusiles”.
Como siempre, tenía poca imaginación.

Coordinador Observatorio de política regional de Chile 21

Ese aura de invencibilidad

¿Qué habrá ocurrido para que los personajes más rutilantes de la región hayan desaparecido del firmamento mediático o, por lo menos, para que éste se haya nublado y comenzado a serles adverso?
Hugo Chávez que era la estrella de cuanto acontecimiento ocurriera, uno de los pocos actores latinoamericanos a nivel mundial, aquel que se codeaba con los grandes protagonistas de la política internacional (negociaba con Putin, convocaba a Ahmadinejad, abrazaba a Castro), ha disminuido su protagonismo dramáticamente. El otrora acertadísimo político omnipresente, el influyente líder continental hoy se equivoca una vez tras otra como si fuera un principiante en la política.
Evo Morales, uno de los cuadros sociales más lúcidos que han tenido los sectores indígenas en el continente, aupado en los hombros de millones que lo aclamaban y a los que representaba por su asertividad política, hoy se debate en contradicciones no sólo diarias sino horarias, y a una pérdida de autoridad que le impide pisar gran parte de su territorio (lo cual no quita relevancia a otros asuntos de diván como ese en el que un ministro chileno le regala al presidente boliviano “20 Poemas de Amor” y no cualquiera de las otras obras de Neruda, pero ese es otro tema).
Y, finalmente, la Argentina de los Kirchner, aquella que se había levantado de las cenizas milagrosamente se desmorona de nuevo, enfrentadas la “patria soyera” con la “patria peronista”, en un duelo que para sus protagonistas parecería definitivo, y lo definitivo —se sabe— es triste y solitario, pero sobre todo no es político (los héroes de la novela negra pueden ser derrotados, los políticos no).


Se ha escrito mucho sobre la justicia histórica que significaría este declive mediático de izquierda para dar paso a otros líderes antes opacados y que hoy cobran relevancia porque apostaron por una economía sólida, abierta al mundo, de libre mercado, etc., etc. (verbigracia Brasil, Colombia, México, Chile), pero ese análisis está bien para los procesos de largo plazo y para los juicios de la historia, y nosotros apenas escribimos artículos en el periódico.
Quizá la cosa sea más simple y ramplona, y no tenga que ver con lo bien o mal que hagan las cosas esos países (o no solamente); como alguien dijo tan acertadamente alguna vez: “la política es más rasca de lo que parece”.
Luego del plebiscito en el que Chávez fue derrotado; posterior a los referéndums autonómicos en Bolivia en los que Morales perdió; asumida la conciencia machista de que Cristina Fernández es un flanco más débil que el de su esposo; en fin, después de todo eso, parecería que el aura de invencibilidad que rodeaba a estos líderes se vino abajo, y a partir de ahí el despeñadero (dejaron de ser obras de arte, apenas meras reproducciones).
Pasó su “momentum”, un término muy usado en el marketing político que se puede resumir como esa etapa en la que todo le sale bien a uno y mal al oponente. Todos los políticos lo buscan (y que coincida con el día de las elecciones), por supuesto también los presidentes… y quizá los que hemos mencionado lo consigan, ¿quién sabe? A Chávez le toca tener algún acierto, a Morales alguna victoria electoral, a los Kirchner saber que el centro también existe… entonces volveremos a discutir largamente sobre la izquierda continental, sus divisiones y su protagonismo.
Por eso aquéllos que la dan por muerta y enterrada deberían ser más cuidadosos: que algunos líderes de izquierda se hayan desmoronado no quiere decir que sus ideas no tengan adeptos, y en la política pura y dura, lejos del marketing y de la TV, de eso trata.

Coordinador del observatorio de política regional de Chile 21

Cuestión de peso

Evo Morales tuvo razón en una sola cosa esta semana: Alan García tiene varios kilos de más. Pero hay cosas que no se dicen, y menos cuando Perú es la estrella del momento y todos festejan sus éxitos.
Todo lo demás (sus referencias al antiimperialismo, sus críticas a los TLC peruanos, etc. etc.), parecen obra más de la desesperación que del frío cálculo político.
Quizá la complejidad de la situación interna (tres referéndum adversos y uno para agosto en el que se discutirá su mandato, la pérdida de control sobre parte del territorio, entre otras muchas cosas), ocasionan que el gobierno boliviano busque aire fuera del país, sea enfrentándose estética e ideológicamente con Alan García, sea reafirmándose en aquel lugar en el que se siente más cómodo: antiimperialista y seguidor de Hugo Chávez.
En esta búsqueda de aire político, no se debe olvidar que hace unos días Bolivia intentó “multilateralizar” la disputa que tiene con Chile en la OEA, situación que se sorteó en silencio. Convengamos que en otras circunstancias ese hubiera sido un escándalo político de altísimo nivel pero pasó desapercibido porque ambas cancillerías caminan despacio y de puntitas.
Pero la pregunta queda picando: ¿se trata de desorientación momentánea o cambiará su política internacional para tener mayor espacio interno? El tiemse tirano, lo dirá.


Coordinador del observatorio de política regional de Chile 21

El punto ciego del gobierno

Jorge Lazarte R.

Se sabe que lo que se hace no es a partir de lo que se ve sino lo que se cree que se ve. Esto es particularmente cierto cuando se trata de las ideologías del poder, que es el caso que comentamos.
A pocas horas de los hechos de violencia del 24 de mayo en Sucre, el Ministro de la Presidencia y el de Gobierno reconocieron que el Ejecutivo había incurrido en una mala evaluación en el ´cálculo de riesgos´ y que el error fue ´subestimar´ el potencial de violencia existente.
Si la cuestión fuera sólo de una incorrecta apreciación de una situación específica de conflicto, el error podría ser atribuible a la incompetencia de los operadores, lo que ya sería muy preocupante. Sin embargo, este mismo error fue cometido en la convocatoria a votar contra las autonomías departamentales, ´subestimando´ el sentimiento colectivo generalizado; en la Asamblea Constituyente, donde ´subestimaron´ el potencial de conflicto por los 2/3; ´subestimaron´ a los sucrenses en el conflicto por la capitalía; ´subestimaron´ las reacciones contra el proyecto constitucional de Oruro; ´subestimaron´ la reacción urbana en Cochabamba; ´subestimaron´ los referendos por los estatutos. En fin, siempre ´subestimaron´ y, por tanto, no es fortuito.
Aunque los operadores son los mismos, la fuente del error parece que está en otro lugar, mientras que las fallas operativas sólo amplificaron sus efectos. Esta fuente es el punto ciego del Gobierno, que condiciona lo que puede ´ver´ o no ´ver´, y está en la raíz de los errores repetidos de apreciación, que no se resuelven con medios más sofisticados para ver mejor. El problema está en el ´ojo´ mismo con el cual se ve.
Ese punto ciego en el Gobierno (en el MAS y los dirigentes ´sociales´) es la creencia derivada de lo que ellos llaman ´pueblo´. Como se sabe, ´pueblo´ es una expresión polisémica. Con pueblo se puede decir muchas cosas, y hasta inventar su existencia allí donde no existe. Para el Gobierno, ´pueblo´ no comprende a todos los ´bolivianos´, como cuando se dice ´pueblo boliviano´, sino que ´pueblo´ es todo lo que no es ´pueblo´. Esta diferenciación es congruente con una visión maniquea de la sociedad, entre ´nosotros´ y los ´otros´. Estos ´otros´ que no son ´pueblo´ son la ´minoría explotadora´, ´neocolonialista´, ´racista´, ´desestabilizadora´, y todos sus equivalentes que en suma designan a la ´oligarquía´ cargada con todas las descalificaciones.
Y como prueba se valen de los resultados electorales que les habría confirmado lo que ya creían que eran permitiéndoles dar un salto. Ya no se trata sólo de que el Gobierno represente al ´pueblo´ sino de que el Gobierno mismo ´es´ el ´pueblo´. La representación, que es siempre una relación, se convierte así en una fusión-identificación intercambiable.
Si son el ´pueblo´, entonces, todo lo que los contraría no puede sino provenir del no ´pueblo´. Esta mirada, que es a la vez idealizante y desvalorizante, les hace ´ver´ en las movilizaciones de protesta puras maniobras de las ´oligarquías´, que no se resignarían a no ser más el poder, a no perder el poder, a no ceder poder, y que por ello mismo sólo pueden estar contra el ´pueblo´, es decir, contra el Gobierno.
Esta es una razón explicativa de una tendencia paranoica de pretender ´explicar´ las resistencias colectivas que encuentran en su camino como fruto de la ´conspiración´ de las ´oligarquías´. Esta creencia profunda de que del otro lado sólo hay ´oligarquías´ les hizo ´ver´ que la demanda por las autonomías de la ´media luna´ eran ´oligárquicas´, y por tanto, contrarias al ´pueblo´. Entonces, había que convocar a votar contra ellas.
Este punto ciego les hace incurrir en errores de apreciación acerca de la magnitud y autenticidad de la protesta, cegándoles la percepción de que en realidad se trata de movilizaciones de una parte del país, que se cuentan por centenares de miles, que rebasan de lejos el núcleo exiguo de las ´cien familias´. Del mismo modo les impide preguntarse cómo es que se pudo llegar a la situación a la que se llegó en Sucre, cuya población comparte ampliamente un senti-
miento de reivindicación colectiva y fuertemente antigubernamental, que no existía hace dos años. Sin lugar a dudas, varios de los operadores políticos tienen también sus propias razones de poder para reforzar ese punto ciego, que los preserva de los errores que contribuyeron a la transmutación de los pocos en una multitud.
En los casos mencionados y en otros parecidos, los resultados para el Gobierno (y en primer lugar para el país) han sido desastrosos. Pero aún no hay nada que permita decir que estén dispuestos a vencer su punto ciego, lo que supone previamente darse cuenta de su existencia, y aceptar que nadie es el pueblo, así sean los ´discriminados de siempre´. El pueblo son todos y nadie a la vez, y sólo existe cuando vota como mayorías o minorías fluctuantes. Esta es la idea de ´pueblo´ en democracia. La otra idea abre el camino al absolutismo, que se expresó en la fórmula tan conocida de ´l´Etat c´est moi´, cuyo equivalente populista extremo podría ser ´el pueblo soy yo´.
Si es cierto que están aprendiendo de sus errores, como suele repetir el Presidente de la República, el aprendizaje debería llegar hasta el núcleo de muchos errores que están alojados en este punto ciego, que como todo lo que es ciego, los extravía en el camino.
Pero como no se puede ser impunemente ciego todo el tiempo, llegará un momento en que la tozuda realidad haga saltar las falsas evidencias. Mientras tanto, los costos pueden ser muy altos y ya lo son.
Finalmente, admitir que han cometido errores en Sucre, ¿no es ya admitir una responsabilidad sobre sus consecuencias?

*Jorge Lazarte R.es analista político

La Razón - Columnistas

Los nuevos racismos

Fernando Molina

A veces los bolivianos nos pensamos, condescendientemente, como gente poco racista. Según una encuesta del Defensor del Pueblo, sólo el 40 por ciento de la población cree que el racismo es un (anti) valor nacional. Pero ésta es una opinión poco sincera, como los responsables de esa encuesta hacen notar. Otro estudio, realizado por la Fundación Unir hace algo más de un año, recoge otra percepción: el 70 por ciento de los bolivianos cree que el racismo es “alto” en nuestra sociedad.El contraste muestra el funcionamiento de una estrategia de negación. Según la oficina del Defensor, “La llamada ‘violencia simbólica’ está tan internalizada en el grueso de la población que muchos comportamientos discriminatorios son considerados ‘normales'” y “es posible que muchas personas se resistan a aceptar haber sido objeto de discriminación… por el hecho de ser a su vez también agentes discriminadores”. En tal caso, no vemos el racismo porque nosotros mismos lo practicamos.Sin embargo, no puede decirse que este problema esté fuera de la agenda pública. Al contrario, la “etnización” de la sociedad boliviana y, por tanto, de las propuestas políticas de reorganización social, es un fenómeno de primera importancia que comenzó alrededor de 1992, con la conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América, que como se sabe revaloró y puso en debate la cuestión indígena. Y ha crecido incesantemente desde entonces.En esta última década, Bolivia, deseosa de afirmar una condición de sociedad pluralista, se ha abierto a corrientes que, desde el extranjero, pregonan el multiculturalismo, sustituyendo así la antigua ideología hegemónica del “mestizaje” y la construcción de una nación boliviana como medios para resolver la heterogeneidad física, cultural y socio-política de la población.Con ello el racismo ha mutado, pero no ha desaparecido. Y nuestra obligación es determinar las nuevas formas de racismo que están vigentes y combatirlas.Si bien una etnia se distingue de otra preponderantemente por razones culturales, especialistas como Michel Wieviorka nos enseñan que en ciertos casos estas diferencias culturales son presentadas como naturales, es decir, como determinaciones imposibles de modificar, intercambiar o revertir. Y cuando se considera a las etnias incombinables entre sí, se las convierte en “razas”, colectividades cerradas que sólo pueden relacionarse de manera competitiva unas respecto de las otras. Esto es lo que Wieviorka llama “nuevo racismo”, y que inflama y tuerce la disputa por los recursos económicos, políticos y simbólicos de un país. Hemos visto al nuevo racismo en acción en los sucesos de Sucre de la semana pasada: dos grupos de personas fisonómicamente parecidas que se enfrentan en nombre de diferencias culturales y políticas, antes que raciales, pero que lo hacen de la manera brutalmente anuladora de la dignidad humana que es típica del racismo. Resulta evidente que los racistas contemporáneos se insertan en la virulenta reaparición de los nacionalismos subestatales, tanto aquí en Bolivia como en todas partes.Los racismos en batalla hoy, aquí, son de un lado el indianismo, cuando entiende el multiculturalismo como una forma de exaltar la cultura de los vencidos por encima de todas las otras. Y por el otro lado el mesticismo, que bajo el argumento de que desde 1952 ya todos somos iguales, y no sólo ante la ley, sino también étnicamente, pretende acallar los reclamos de los que no se sienten mestizos y demandan que esa su diferencia se exprese y respete.Estas corrientes están basadas en la identidad. Tienden a preguntarse quiénes somos y no qué podemos hacer. Y las respuestas que pergeñan se dan, claro, en términos de filiaciones y oposiciones: de éstos y aquellos, de nosotros versus los otros. Son respuestas esencialistas, centradas en la naturaleza (se conciba ésta como invariable o dinámica) de los pueblos, las clases, los conceptos. Son respuestas que se cuestionan de dónde vienen los hombres, no a dónde van. Que sostienen, con la mitad de un aforismo de Hegel, que “todo lo real es racional”, es decir, que lo existente está justificado por el sólo hecho de haber sobrevivido (incluso la democracia comunitaria que fomenta la desconfianza social y el machismo; o la persecución indígena de los homosexuales; o el tuteo a los indígenas; o su uso como siervos domésticos; o su exclusión del poder por “incapacidad”). Estas corrientes olvidan la otra mitad de dicho aforismo. Porque Hegel también decía que “todo lo racional es real”, es decir, que aquello que está justificado y es verdadero merece nacer, aunque vaya en contra de las tradiciones. Nadie está condenado a ver en el otro a un enemigo, o una diferencia irreductible. La posibilidad de ver, en lugar de eso, a semejantes, a ciudadanos homólogos, está abierta.

Si actuamos igual nos convertimos en lo mismo

A los violadores de derechos humanos y a los racistas se los debe castigar, pero en el marco de la ley y la democracia.
Hacerlo de otro modo, por más justo que nos parezca el castigo (quiénes somos nostros para decirlo), es convertirse en lo mismo que criticamos.
No hay razón de Estado que justifique qu el el Gobierno, a través de efectivos policiales de Inteligencia y de manera violenta, capture al coordinador de la campaña electoral de Sabina Cuéllar, candidata a la Prefectura de Chuquisaca, sin una previa denuncia ni apertura del caso.
El gobierno justificó la acción indicando que se trata de un asunto de seguridad de Estado.

La Razón - Seguridad

Cada vez más país de autonomías

La Razón - Editorial

Los departamentos de Beni y Pando han aprobado ayer sus respectivos estatutos autonómicos en sendos referendos donde ganó la opción del Sí, en una jornada que transcurrió con más tranquilidad que incidentes violentos, pero donde, también, ha llamado la atención el alto nivel de ausentismo, particularmente en Pando.
Los resultados proyectados de Ipsos Apoyo para La Razón y ATB, recogidos con el sistema de muestras de conteo rápido, señalan que en Beni el Sí ganó con 80,2 por ciento, frente al 19,8 por ciento del No. En Pando, el Sí obtuvo 81,8 por ciento, y el No, 18,2 por ciento. En Beni, el ausentismo —que no es igual que abstención— alcanzó a 34,5 por ciento y en Pando, a 46,5 por ciento, según esos datos.
De las muchas lecturas que seguramente se puede hacer de los resultados de ayer, hay al menos tres datos que no debieran pasar inadvertidos para nadie, y en particular para los actores políticos tan atentos a estos procesos.
El primer dato relevante es que si la democracia es principalmente la voluntad del pueblo expresada en el voto, ayer hubo una incuestionable victoria de las mayorías que aprobaron en las urnas los estatutos autonómicos en cada uno de esos departamentos, con porcentajes algo inferiores al de Santa Cruz, es cierto, donde el Sí obtuvo 85,6 ciento y el No, 14,1 por ciento.
La Ley del Referéndum define la aceptación de alguna opción por simple mayoría de votos y establece la validez de la consulta si participa al menos el 50 por ciento del electorado. En esa medida, los resultados de ayer no debieran merecer mayores interpretaciones ni ejercicios aritméticos que los que la ley establece.
El segundo dato es que los altos porcentajes del ausentismo no pueden ser ignorados, porque en una circunstancia como ésta es un indicador muy importante, que en parte significa un rechazo de la población al referéndum. De hecho, como se sabe, el gobierno del presidente Evo Morales apostó a la abstención, es decir a que la gente no asista a la consulta de ayer, incluso con gestos poco democráticos como la entrega de ambulancias y otros regalos, lo que en las leyes bolivianas está tipificado como delito de cohecho electoral.
En el ausentismo intervienen, al menos, tres factores: temor por amenazas o presiones, imposibilidad de quienes pese a su voluntad no pudieron votar, y también rechazo al referéndum por quienes decidieron no ir a votar. Sólo esta última categoría es abstención propiamente dicha.
El tercer dato es la lectura política que se debe hacer de los resultados de los dos referendos de ayer. Es cierto que si bien el voto por el Sí es principalmente un voto de aprobación de los estatutos autonómicos de Beni y Pando, es evidente que no es exclusivamente eso, y que también puede interpretarse como un voto de rechazo al Gobierno central.
En otras palabras, la tendencia de una región —la llamada media luna— a conformar un bloque de opinión mayoritariamente contrario a la política del Gobierno tiende a consolidarse. Ojalá que a la guerra de interpretaciones que se viene, le suceda un escenario de entendimientos iluminado por el mensaje político del 4 de mayo y del 1 de junio.